Algunas lecciones de la historia del P.C.E.
Posted 22:17 by Ferran Fullà in Etiquetes de comentaris: Memòria històrica
La labor del Partido comunista de España, desde los años 20 hasta los 60, debe ser para los trabajadores y marxistas de hoy una fuente básica de enseñanzas. Debe serlo por tratarse del primer partido que aplica en España la teoría marxista de manera integral, que traza una línea política acorde con los intereses históricos del proletariado.Por tratarse de un partido leninista, es decir que desarrolla el marxismo en la época del imperialismo —que es también la nuestra—, guiándose por las lecciones de valor universal de la Revolución rusa de 1917 y adoptando el tipo de organización más avanzado con que cuenta la clase obrera. Por haber dirigido el pueblo en las batallas políticas y militares más importantes de nuestra historia reciente y haber sintetizado la experiencia práctica de millones de trabajadores.
Los marxistas de hoy en día debemos al viejo PCE de José Díaz el aprendizaje de nuestros principios ideológicos, de las bases de nuestra línea general, de las reglas esenciales del trabajo político legal e ilegal, fruto de numerosas experiencias en los terrenos de la acción internacionalista, democrática y parlamentaria, militar, cultural, ideológica y económica. Y también le debemos el prestigio de que goza la palabra "comunista" entre un amplio sector de la población como equivalente a dirigente y organizador abnegado del pueblo.
FORMAR UN PARTIDO MARXISTA-LENINISTA
El PCE, nacido en 1920-21, es fruto del brusco viraje en la historia que representó el ascenso imparable del imperialismo como sistema mundial de opresión y explotación y que desembocó en la Primera guerra mundial. Los partidos socialistas, agrupados en la II Internacional, no sólo no hicieron nada para oponerse a la guerra sino que, en cada país europeo, apoyaron los planes de guerra de su propia burguesía. La orientación pro imperialista de los dirigentes socialistas arruinó el prestigio de la II Internacional entre los trabajadores más conscientes. Hubo, sin embargo, algunas excepciones; en primer lugar, el partido de Lenin, que convirtió la derrota de los imperialistas rusos en la guerra y la revolución democrática que ésta generó, en la primera revolución socialista victoriosa de la historia.
Previendo una extensión del movimiento revolucionario al resto de Europa, Lenin llamó a organizar una nueva internacional con todas las fuerzas opuestas a la traición de los socialistas. En 1919 tenía lugar en Moscú el primer congreso de esta tercera plataforma proletaria internacional, a la que se adherirían las corrientes revolucionarias de los partidos socialistas junto con otras fuerzas de distinto origen. Ante el hundimiento de la II Internacional, que tardaría un cierto tiempo en ser reconstruida, y las posiciones oportunistas de numerosos dirigentes socialistas que, empujados por las bases, se sumaron de palabra a la III Internacional para ganar tiempo y mantener su influencia, ésta última puso unas exigencias de admisión especialmente duras. Esto dio lugar a la escisión en cadena de los partidos socialistas y a la formación, en la mayoría de casos, de grupos comunistas reducidos, pero indispensables para actuar en un momento en que se sucedían movimientos revolucionarios de masas en gran parte de Europa.
La teoría del imperialismo de Lenin, la necesidad de un Estado de dictadura del proletariado para construir el socialismo, de la violencia revolucionaria de masas para tomar el poder, y de la defensa de la Unión Soviética ante la agresión militar y el bloqueo económico a que fue sometida, señalaron la línea divisoria entre comunistas y socialistas.
Tales fueron las condiciones internacionales en que tuvo lugar la fundación del PCE.
Pero, ¿qué ocurría mientras tanto en España, donde las dos organizaciones con más incidencia en la clase obrera eran el Partido socialista obrero (PSOE) y la Confederación nacional del trabajo (CNT)? El atraso del capitalismo español en relación a países como Francia, Gran Bretaña o Alemania se manifestaba también en la existencia de una clase obrera reducida en número, de la que una componente fundamental eran los jornaleros, y muy influida por ideas pequeño-burguesas, ya sea de tipo revolucionario libertario, ya sea de tipo reformista. La CNT y el PSOE encarnaban estas dos corrientes.
A pesar de los considerables beneficios que España sacó manteniéndose neutral ante la guerra, su estabilidad era muy precaria. A las miserables condiciones de vida de jornaleros, campesinos y obreros industriales, hay que añadir el descontento de la burguesía catalana y el malestar dentro del ejército, que se incrementaron notablemente con el fin del conflicto europeo y de los grandes negocios, y con los constantes desastres en la guerra colonial contra Marruecos. En estas condiciones, la huelga general de agosto de 1917 generó una gran simpatía de masas con la primera revolución rusa que destronó al zar e impuso la República, y dio cuerpo dentro del PSOE a una corriente antirreformista. Esta se decantó rápidamente hacia las posiciones de los bolchevicues a raíz de la segunda revolución rusa en noviembre del mismo año. Sin embargo, lo que hizo estallar definitivamente las contradicciones en el seno del PSOE fue la fundación de la III Internacional en marzo de 1919. En los dos años siguientes, la lucha de líneas cuarteó el PSOE. En abril de 1920 se produce una primera escisión: el Comité nacional de las Juventudes socialistas decide constituir el Partido comunista español. Entre sus fundadores están Ramón Merino Gracia, que es nombrado secretario nacional, Juan Andrade, Vicente Arroyo, Rafael Milla,... En junio, el congreso del PSOE decide adherirse provisionalmente a la III Internacional y envía a Moscú a dos delegados, Fernando de los Ríos y Daniel Anguiano, con un mandato que choca con las estrictas condiciones de admisión acordadas por la Internacional. El ala vacilante del PSOE da marcha atrás, y en abril de 1921, en un nuevo congreso, se invierten los resultados del anterior: 8.808 votos para los que propugnan la reconstrucción de la II Internacional; 6.025 para los "terceristas", partidarios de la Internacional comunista; y 205 abstenciones. Acto seguido, Osear Pérez Solís lee una declaración de ruptura con el PSOE, y el mismo día, en Madrid, se reúnen los delegados "terceristas" para fundar el Partido comunista obrero español (PCOE). Esta segunda escisión agrupa sobre todo a cuadros y militantes del PSOE y la UGT: García Quejido, Daniel Anguiano, Núñez de Arenas, César Rodríguez González, Virginia González...
Durante unos meses se van a mantener estos dos grupos comunistas, PCE y PCOE, enfrentados entre sí. La participación de ambos en una gran campaña de oposición a la guerra de Marruecos en el verano de 1921, en la que lograron hacer cuajar una huelga general en Vizcaya contra el envío de tropas, y el trabajo de persuasión realizado por el delegado de la Internacional, Graziadei, hicieron posible la fusión. En noviembre de 1921 se forma un Comité provisional con nueve miembros del PCE y seis del PCOE, se elige a Rafael Milla corno secretario general, y se adopta el nombre de Partido comunista de España.
Paralelamente a estos hechos, se desarrollaban las tendencias comunistas en varias federaciones de la CNT. Incluso, como ocurrió con el PSOE, esta central llegó a estar adherida a la III Internacional durante un período. Al volver a quedar en minoría las posiciones marxistas dentro de la CNT, se fueron desgajando de ella varios núcleos comunistas que ingresaron en el PCE unificado: en 1924, el grupo de la revista La Batalla formó la Federación comunista catalano-balear, es decir la sección catalano-balear del PCE;en 1927, entraron un grupo de destacados cuadros de la CNT sevillana: José Díaz, Manuel Adame, Antonio Mije,...
En aquella situación (1), la separación de los comunistas respecto a los revisionistas y reformistas fue imprescindible para garantizar la independencia del movimiento obrero mundial frente a las burguesías imperialistas. Sin esta tajante división, encarnada en la formación de la III Internacional y en sus estrictas condiciones de admisión, el movimiento obrero hubiera quedado durante años a merced de los corrompidos dirigentes de los partidos y sindicatos de la II Internacional que fueron los causantes del desastre de 1914. Ahora bien, la escisión con los socialistas se hizo en unas condiciones marcadas, por un lado, por el desarrollo de corrientes revolucionarias de masas en toda Europa, de revoluciones democráticas en varios países centroeuropeos y, por otro, por la necesidad de cerrar filas alrededor de una Unión soviética débil, en peligro por la intervención militar de 14 países y la subsistencia de los restos del ejército blanco zarista. Pero, a partir de 1922 o 1923 hubo un importante reflujo de la corriente revolucionaria generada por la guerra y la inestabilidad política y social posterior, mientras la burguesía financiera y monopolista acrecentaba su poder político y económico en aguda competencia con las restantes fracciones burguesas. Entonces, al variar la situación internacional, el movimiento comunista europeo atravesó algunas dificultades que pusieron en evidencia sus limitaciones, derivadas de la premura con que se formaron los primeros partidos comunistas y de su inexperiencia.
En España en 1923, esta contraofensiva del capital financiero se hizo en alianza con la oligarquía terrateniente, incluyendo al ejército y la Corona, y con la neutralización de la burguesía industrial, especialmente la catalana, que apoyó el golpe de Estado del general Primo de Rivera. El PSOE, recuperado de sus escisiones de 1920 y 1921 y rehechos sus lazos internacionales, pasó a colaborar con la Dictadura y se convirtió en un pilar de ésta gracias a su control de amplias capas obreras en Asturias, Euskadi, Madrid, etc. Mientras, el PCE, duramente reprimido, con sus militantes obreros expulsados de la UGT, con su grupo dirigente desmantelado varias veces por la policía a lo largo de los años 20, perdió rápidamente influencia de masas y militantes, y fue incapaz de superar las posiciones izquierdistas predominantes en su nacimiento y que dificultaron la unidad del partido y su relación tanto con los trabajadores de la UGT y de la base del PSOE como con los sindicalistas revolucionarios de la CNT.
Además de su debilidad política y teórica y de sus errores, los sucesivos grupos dirigentes del PCE quedaron a menudo cortados organizativamente de la base por la represión y su desconocimiento de las reglas del trabajo clandestino. Se ignoraba la situación real de las distintas zonas en que operaba el Partido; esto explica que pudieran suceder hechos como el siguiente: alrededor de 1929, la sección catalana recibió la directriz de organizar ¡comités de cortijo! Así, la inestabilidad y el aislamiento de la dirección durante esta época impidieron un funcionamiento real del Partido; las iniciativas que lanzó contra la Dictadura llegaron difícilmente a traducirse en acciones de masas de una cierta entidad.
CONSTRUIR UNA LINEA POLÍTICA: 14 AÑOS PARA SUPERAR EL IZQUIERDISMO
La crisis de la Dictadura que acabó con la dimisión de Primo y su recambio por el inestable gobierno del general Berenguer, debilitó la oligarquía financiera y terrateniente y agrietó sus instrumentos de poder. Con ello, se abría el camino a la conquista de reivindicaciones democráticas y sociales profundamente sentidas por el pueblo: amplias libertades, autodeterminación para las nacionalidades oprimidas, separación de la Iglesia y el Estado, legalización de las organizaciones obreras, reforma agraria y de la enseñanza,... Quince meses después, el 14 de abril de 1931, son suficientes unas elecciones municipales ganadas por republicanos, socialistas y nacionalistas, para hundir una monarquía que ya había perdido la confianza del mismo capital financiero, y proclamar la II República. Sin embargo, fueron la mediana y la pequeña burguesía las que dirigieron este cambio de régimen, aprovechando el malestar y las movilizaciones de obreros, campesinos y estudiantes, aliándose con el PSOE (Pacto de San Sebastián), y logrando un cierto apoyo de la CNT.
El PCE no pudo sacar provecho de una situación tan favorable ya que se guiaba por una línea izquierdista y sectaria. Reconocía la existencia de una etapa democrática en la revolución española y, en esto, analizaba bien lo que estaba ocurriendo ante sus ojos con la caída de la monarquía, pero, en cambio, se apartaba totalmente de la realidad al valorar que era posible transformar de inmediato esta revolución democrática en socialista, la república en república soviética, y las movilizaciones populares con objetivos democráticos en punto de partida para organizar soviets, o sea consejos de obreros y campesinos para hacerse con el poder. ¡Muera la República burguesa, viva los soviets! fue la consigna que sintetizaba la actitud del PCE alrededor del 14 de abril.
Su desviación aventurera, además de sobrevalorar la fuerza de los trabajadores, se inspiraba en una visión de la gran crisis económica de 1929 como principio del fin del capitalismo mundial. Esto representaba un error teórico de bulto, ya que la bancarrota económica no podía de por sí determinar la revolución si no iba acompañada de ciertas condiciones políticas o incluso militares. En el caso de España, estaba claro que estas condiciones no se daban: la clase obrera permanecía dividida y muy desorganizada, la oligarquía perdía posiciones pero no estaba en descomposición, y el ejército, a pesar de algunos brotes de rebelión, no estaba al borde del estallido.
Por otro lado, el PCE se negó a suscribir cualquier acuerdo con el resto de fuerzas políticas en los meses que precedieron la caída de la monarquía. Este sectarismo desaforado era la interpretación que el PCE daba a la necesaria independencia política del proletariado en la revolución democrática. En particular, se opuso a buscar la unidad de acción con los socialistas no sólo por arriba, con la dirección del PSOE, sino también por la base, ya que este partido pasaba a ser considerado el enemigo principal para el triunfo de la revolución.
El PCE hablaba de constituir un frente único proletario, es decir de unir a la clase obrera alrededor de los comunistas, prescindiendo del hecho que la mayoría de los trabajadores políticamente conscientes estaban en el PSOE o la UGT. Se consideraba que la misma agravación de la crisis política y económica rompería la influencia reformista y que las masas se moverían hacia posiciones revolucionarias a golpe de consigna.
Esta línea, aprobada en el 3er. Congreso de agosto de 1929 en Paris y revalidada en la Conferencia, llamada de Pamplona, de marzo de 1930, tuvo unas consecuencias nefastas: no condujo al aislamiento del PSOE sino al del propio PCE, que en 1931 contaba apenas con un millar de militantes, e impidió que el proletariado pudiera luchar realmente por la dirección del movimiento republicano.
La responsabilidad principal de este conjunto de errores izquierdistas y sectarios recaía sin duda en la dirección del PCE, pero su inspiración provino en buena parte de las mismas directrices de la Internacional. En mayo de 1931, ésta censuró al PCE su actitud sectaria en la proclamación de la República, su incomprensión del problema de las nacionalidades y su confusa política sindical. Sin embargo, desde mayo de 1927, el Comité ejecutivo de la Internacional (VIII Pleno) empezó a seguir una orientación izquierdista que tendría repercusiones funestas para todo el Movimiento obrero y para la lucha contra fascismo. En el VI Congreso de julio de 28 y en los plenos posteriores del Comité ejecutivo hasta 1933, se acentuaría más esta política llamada de "clase contra clase". Sus elementos esenciales eran:
1) La tesis sobre el socialfascismo, por la que se consideraba la socialdemocracia como el enemigo principal de la revolución, última trinchera del capitalismo en descomposición. El auge del fascismo, que tenía lugar en varios países europeos, aparecía como fruto de la labor de los socialistas o, incluso, se apuntaba que la misma socialdemocracia tendía a fascistizarse.
2) La definición del ala izquierda de la socialdemocracia como más peligrosa que el ala derecha.
3) La concepción del frente único limitado a la colaboración con los obreros socialistas, el rechazo de principio de toda propuesta dirigida a los partidos socialistas y, sólo en casos excepcionales, la admisibilidad de acuerdos con sus organizaciones de base.
El error decisivo de esta táctica estaba en señalar a la socialdemocracia como enemigo principal y no a la fracción dirigente de la burguesía. A ese respecto, está claro que el PCE cometió la misma equivocación que la Internacional, aunque llevandola hasta sus últimas consecuencias. Subrayamos, no obstante, la mayor responsabilidad del PCE debido a que este partido tenía un conocimiento más directo de la realidad española y podía darse cuenta también del alcance de los errores cometidos. Por ejemplo, mientras, en países como Alemania, se dio el caso de que un dirigente socialista de la policía mandaba ametrallar a los trabajadores (1 de mayo de 1929 en Berlín), en España, el PSOE pasó de colaborar con la Dictadura a actuar, junto con los republicanos, contra la monarquía.
Así, para el PCE, el paso de la Monarquía a la República no significó apenas nada: la adopción de un nuevo disfraz por la oligarquía y sus agentes.
Desde abril de 1931 hasta noviembre de 1933, el gobierno de la II República quedó en manos de la alianza de republicanos burgueses y pequeño-burgueses y de socialistas, con el apoyo de los nacionalistas catalanes. A su alrededor, tanto los altos jefes militares y la jerarquía eclesiástica como buena parte del personal dirigente de los organismos de la Administración civil seguían siendo los mismos que había bajo el reinado de Alfonso XIII. En estos dos años y medio, la coalición gubernamental fue incapaz de realizar las reformas democráticas tan ansiadas. Catalunya obtuvo un Estatut recortado respecto al proyecto que había aprobado en plebiscito. Euskadi tuvo que esperar hasta la guerra. Galicia, rápidamente conquistada por los franquistas, refrendó el suyo un poco antes del Alzamiento. La reforma agraria se quedó en una ley timorata, aplicada con cuentagotas y con escasos medios. Marruecos siguió siendo una colonia. Hubo algunos cambios en el ejército, pero no los suficientes para aislar a los jefes antirrepublicanos,...
El PCE persistió en lo fundamental en la línea de su 3er. Congreso. En 1932 creó su propia central sindical, la Confederación general del trabajo unitaria (CGTU), que agruparía a unos 150.000 trabajadores frente a más de un millón de la UGT y otro tanto de la CNT. En las elecciones de noviembre de 1933, que dieron la victoria a los partidos de la oligarquía encabezados por la Confederación española de derechas autónomas (CEDA) de Gil Robles, el PCE mantuvo su programa de lucha por el gobierno obrero y campesino y por los soviets, así como el frente único revolucionario contra el gobierne republicano y los socialistas. Las candidaturas comunistas obtuvieron unos 340.000 votos frente al 1.700.000 del PSOE. Por estas fechas, el número de militantes alcanzaba la cifra de 20.000 (la mitad en Andalucía) (2).El aumento de votos y militantes en relación a 1931 se debió a la exasperación creciente de los trabajadores ante el deterioro de su situación económica y al inicio de un trabajo de implantación en el campo y las fábricas, realizado por primera vez en un marco democrático. Estas fueron las únicas ventajas que el PCE pudo sacar de los primeros años del cambio de régimen. Mientras, se había celebrado su Cuarto Congreso, en 1932, El grupo dirigente (Bullejos, Adame, Trilla, Vega) fue destituido y, más tarde, expulsado del Partido. A fines del mismo año, se nombró en su lugar a valiosos cuadros obreros —José Díaz, Antonio Mije, Dolores Ibarruri- sin experiencia en el trabajo de dirección política central. El recambio se hizo a instancias de la Internacional, pero sin una crítica a fondo de los errores cometidos por el grupo Bullejos, con lo cual la nueva dirección tardó un par de años más en sentar las bases para una completa rectificación de la línea.
Así, pues, el PCE necesitó 14 o 15 años, desde su fundación en 1920, para alcanzar su madurez política, o sea para empezar a dominar la teoría marxista en su aplicación a la realidad española. La culminación de este largo aprendizaje significó también el lograr la estabilidad de su grupo dirigente a partir del relevo de 1932, con José Díaz como secretario general.
LA BANDERA DE LA UNIDAD
El triunfo de las fuerzas oligárquicas en las elecciones de 1933 puso fin a las tímidas reformas con que nació la República. Durante los dos años siguientes, el llamado Bienio negro, la contrarrevolución se organizaría desde el mismo gobierno. Pero éste no fue el único hecho alarmante que tuvo lugar en 1933. La victoria de la reacción en España fue precedida por el asalto al poder del Partido nacionalsocialista alemán de Hitler. En este caso, un relativo triunfo electoral desencadenó una rápida liquidación de las instituciones democráticas y el inicio de una oleada de terror que aplastó en poco tiempo la resistencia desorganizada del pueblo alemán.
El avance del fascismo parecía ya incontenible: en 1934, más de la mitad de los Estados europeos habían caído en manos de dictaduras fascistas o militares.
La subida al poder de Hitler puso trágicamente en evidencia los errores izquierdistas en que había incurrido la Internacional desde su VI Congreso de 1928, y espoleó todos los partidos comunistas hacia un cambio radical de táctica que se produjo entre finales de 1933 y el verano de 1935 (VII Congreso de la Internacional).
Gracias a esta rectificación acelerada, la Internacional Comunista fue la única fuerza en el mundo que supo dar una visión precisa de lo que significaba el auge fascista y proponer los medios para atajarlo. En primer lugar, indicó la naturaleza de clase del fascismo: "la dictadura abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero" (XIII Pleno del Cté. ejecutivo, diciembre de 1933), y explicó su" origen en la crisis política y económica iniciada en 1929, cuyo estallido fue capaz de prever:
"En fin, el tercer período es, en el fondo, el de elevación de la economía capitalista y, casi paralelamente, la de la URSS más allá de sus niveles de antes de la guerra (iniciación del llamado período de "reconstrucción", nuevo crecimiento de las formas socialistas de la economía sobre la base de una técnica nueva). Para el mundo capitalista, este período es el de un rápido desenvolvimiento de la técnica, un intenso crecimiento de los cartels, de los trusts, de las tendencias al capitalismo de estado y, conjuntamente, el de un poderoso desenvolvimiento de las contradicciones de la economía mundial, moviéndose en formas determinadas en todo el curso anterior de la crisis del capitalismo (mercados reducidos, existencia de la Unión Soviética, movimientos coloniales, agudización de las contradicciones internas del imperialismo). Este tercer período, que ha agravado particularmente la contradicción existente entre el crecimiento de las fuerzas productivas y la reducción de los mercados, hace inevitable una nueva fase de guerras entre los estados imperialistas, de guerras de estos últimos contra la URSS, de guerras de liberación nacional contra los imperialistas y sus intervenciones, de gigantescas batallas de clase". ("Tesis sobre la situación y las tareas de la Internacional Comunista", introducción. Resoluciones del VI Congreso de la IC, julio-setiembre de 1928).
"La marca característica del fascismo es que en el momento del quebrantamiento del régimen económico capitalista y en razón de circunstancias objetivas y subjetivas, la burguesía se aprovecha del descontento de la pequeña y de la media burguesía urbana y rural y aun de ciertas capas del proletariado, para crear un movimiento de masas reaccionario con el fin de detener en su camino el desarrollo de la revolución", (ídem., punto 24).
En segundo lugar, la Internacional entendió que la victoria del fascismo en Alemania era el principio de una nueva lucha por la hegemonía mundial entre los agresivos imperialistas nazis y las democracias burguesas occidentales, que acabaría por desembocar en una guerra.
En tercer lugar, ante este previsible desarrollo de los hechos, señaló el interés coincidente del proletariado y los pueblos y de las burguesías occidentales en prevenir la guerra y oponerse a la expansión nazi-fascista. Para ello, había que levantar un poderoso movimiento por la paz cuyas piezas maestras serían, por un lado, los tratados defensivos entre las potencias occidentales y la Unión soviética, y por otro, la formación en cada país de frentes populares antifascistas, impulsados por la unidad de los partidos, sindicatos y otras organizaciones implantadas en la clase obrera, es decir el frente único proletario.
En España, a lo largo de 1934, los gobiernos formados por el Partido Radical de Lerroux, apoyados desde el Parlamento por los reaccionarios de la CEDA (Gil Robles), atacaron las condiciones de vida de las clases trabajadoras y los derechos democráticos de todo el pueblo. Fue imponiéndose entonces, para resistir a la ofensiva derechista, una corriente unitaria que abarcaba desde los anarcosindicalistas de la CNT hasta el PSOE y la UGT, los nacionalistas catalanes, y varias sectores republicanos. Destaca especialmente el papel jugado en ella por el PSOE, con su brusco viraje político y el paso de su dirección a manos del ala revolucionaria que desbancó a los Prieto, Besteiro, etc. Francisco Largo Caballero, antiguo dirigente reformista de la UGT y ex miembro del Consejo de Estado bajo la Dictadura, encabezó la nueva orientación, impregnada tanto de sincero espíritu revolucionario como de desconocimiento de los principios de la política marxista.
El PCE permaneció ajeno durante meses a este movimiento unitario que cuajó en las Alianzas obreras, al oponerse a todo acuerdo con los "socialfascistas", mientras el Bloque obrero y campesino (BOC) (2), escisión que en 1930 afectó al Partido en Catalunya, trabajaba, en cambio, activamente por su creación. El 4 de octubre del 34, al concretarse la entrada de tres miembros de la CEDA en el gobierno, el PSOE, los anarcosindicalistas y varios sectores republicanos y catalanistas se aprestaron alanzar inmediatamente, para el día 6 del mismo mes, un movimiento insurreccional con el fin de abatir el nuevo gobierno y parar los pies a la reacción. El PCE, que había superado su actitud sectaria, se integró finalmente en la Alianza obrera que, de esta forma, en Asturias, agrupó a todos los sectores proletarios en un frente único e hizo posible la victoria de la huelga general contra el gobierno y su transformación en levantamiento armado. El rápido aplastamiento de la insurrección de la Generalitat catalana, a la que no se sumó la CNT, y la debilidad de la Alianza obrera en el resto del Estado, dejaron a Asturias aislada, durante dos semanas, haciendo frente a la Legión.
La derrota sangrienta de los trabajadores asturianos no hizo más que dar nuevo empuje al espíritu unitario. Por un lado, el pueblo aprendió a conocer mejor a su enemigo y amplísimos sectores se dieron cuenta del peligro que les amenazaba. Por otro, era vital sumar fuerzas para lograr la liberación de las decenas de miles de presos con que se saldó el levantamiento, y recuperar los derechos constitucionales y las instituciones autónomas catalanas suprimidos. Estas distintas motivaciones allanaron el terreno para el entendimiento entre republicanos, socialistas, anarquistas y comunistas. Sobre esta base nació el Frente popular.
En abril del 35, el PCE lanzó una propuesta de Bloque popular antifascista para hacer frente a la represión, luchar por la paz, y prevenir el golpe militar. De los cuatro puntos iniciales defendidos por el PCE (reforma agraria inmediata y sin indemnización, autodeterminación para las nacionalidades, mejoras en las condiciones de vida de los trabajadores, amnistía para los presos políticos y sociales), tan sólo el último fue finalmente aceptado por los partidos republicanos. Por su parte, el PSOE, con posiciones claramente izquierdistas, opuso resistencia a colaborar de nuevo con los republicanos.
La conciencia creciente del peligro nazi, el aplastamiento por el ejército de las milicias socialistas austríacas en febrero del 34, los pactos de unidad de acción, firmados en julio y agosto del 34 por los socialistas y comunistas franceses e italianos, el tratado franco-soviético de mayo del 35, y el llamamiento del VII Congreso de la Internacional Comunista a la formación de entes populares fueron otros tantos estímulos exteriores que facilitaron la concluisión en enero del 36 del acuerdo electoral de Frente popular en España. Participaron en él las fuerzas burguesas y pequeño-burguesas de Unión Republicana e Izquierda Republicana, el Partido Sindicalista, el Partido Obrero de Unificación Marxista (trotskista disidente) (3), la UGT, el PSOE y sus juventudes, y el PCE.
En Catalunya, se extendió a Esquerra Repuiblicana, Acció Catalana, Unió de ibassaires (sindicato campesino), etc. La CNT, aunque no estuvo presente en las listas electorales, apoyó sin reservas el Frente. Merece también citarse el caso del Partido nacionalista vasco (PNV) que, sin subiarse a la coalición de Frente popular, mantuvo su lealtad a la República y participó posteriormente en el gobierno de Madrid durante la guerra.
El 16 de febrero, la victoria de las candidaturas de Frente popular puso fin al gobierno Pórtela. El republicano Manuel Azaña formó nuevo gobierno; 30.000 presos salieron a la calle; se restablecieron los derechos constitucionales; Catalunya recuperó sus instituciones. La burguesía financiera, los terratenientes y el alto personal del ejército y la Iglesia no estaban dispuestos a perder más influencia y poder. El fracaso de la contrarrevolución parlamentaria, intentada durante el Bienio negro, hizo inevitable la guerra al serle favorable a la oligarquía la situación internacional. De febrero a julio las principales fuerzas sociales se prepararon para un enfrentamiento armado. Los dirigentes reaccionarios pusieron a punto su golpe de Estado en conexión con Hitler y Mussolini. Los partidos obreros y nacionalistas, y los sindicatos organizaron grupos paramilitares. Se desencadenaron oleadas de huelgas y manifestaciones por objetivos políticos y económicos, en particular contra el terrorismo fascista destinado a crear el clima de opinión necesario para el golpe y facilitarle incluso su excusa.
CUATRO TAREAS DEL PCE EN 1936
El PCE se fijó cuatro objetivos que sólo se cumplieron en parte:
Reforzar el Frente popular y convertirlo en un frente de lucha antifascista. Es decir superar el mínimo acuerdo electoral y hacerlo útil para desbaratar los preparativos militares del enemigo. De febrero a julio, esto no pudo lograrse; ni las intervenciones de los 16 diputados del PCE, ni las demandas populares exigiendo que se adoptaran medidas firmes para desarticular la conspiración golpista, hicieron mella en un gobierno de liberales empeñados en mantenerse a igual distancia de los reaccionarios que del proletariado. La imposibilidad de forzar al gobierno en la represión de los golpistas fue debida, entre otras causas, a la división del movimiento obrero. Los anarcosindicalistas, una vez liberados sus presos, pretendían seguir impulsando su revolución social. Para el POUM, estaba en puertas una revolución más profunda que la de Octubre del 17 en Rusia, y las tendencias golpistas manifestaban la resistencia desesperada de la burguesía que podía ser aplastada, si antes el proletariado se hacía con todo el poder. El PSOE, apoyándose en su fuerza, esperaba la caída del gobierno para coger en sus manos el poder.
Al predominar en las fuerzas obreras posiciones políticas izquierdistas y aventureras, no se pudo llevar realmente una acción masiva y eficaz de prevención de los manejos contrarrevolucionarios y de transformación del Frente popular en un sólido frente de lucha antifascista.
Extender y vivificar el Frente único del proletariado. A pesar del indudable acercamiento por la base de las distintas fuerzas obreras, de la estrecha colaboración establecida en las luchas de octubre del 34, de la acción conjunta, luego, en los comités para la liberación y la ayuda a los presos, el fortalecimiento del frente único proletario sólo podía avanzar con garantías si había unidad en cuanto al objetivo principal del momento: desmontar la contrarrevolución en marcha. Las divergencias respecto a cómo entender la importancia de esta tarea no permitieron forjar entre febrero y julio del 36 una sólida unidad de clase.
Luchar por la unidad sindical íntegra. Se consiguen dar algunos pasos hacia la unidad sindical, pero por las mismas razones antes apuntadas no se logra ningún cambio importante en la tradicional división entre UGT y CNT. En noviembre de 1935, la CGTU, impulsada por los comunistas, fruto de sus anteriores concepciones sobre los sindicatos rojos, se había integrado en la UGT. En la CNT, se empiezan a manifestar posiciones más abiertas que permitirán más tarde, en plena guerra, una aproximación con la UGT a través de un comité de enlace entre ambas centrales.
Luchar por la unidad orgánica y política del proletariado. Después de los combates de octubre del 34 y de la rectificación de su línea izquierdista, el PCE estaba en condiciones de dar los primeros pasos hacia la unidad orgánica y política del proletariado, hacia la formación de un partido único marxista-leninista. La situación española de 1934 a 1936 fue quizá única en Europa en cuanto a favorecer el éxito de esta tarea: socialistas y comunistas luchando codo a codo, incluso con las armas, contra un gobierno reaccionario, la dirección del PSOE en manos de un sector revolucionario obrerista, las aspiraciones unitarias entre amplias capas de trabajadores, el prestigio creciente de la Unión soviética por sus grandes realizaciones en la edificación del socialismo y su política internacional de paz, la voluntad unitaria expresada por la Internacional comunista desde su VII Congreso.
Las condiciones de unificación puestas por los comunistas eran las siguientes:
* independencia de los socialdemócratas respecto a la burguesía.
* unidad de acción.
*reconocimiento de la necesidad de derrocar la burguesía mediante la revolución y de la dictadura del proletariado.
*no apoyar a la propia burguesía en caso de guerra imperialista.
*seguir en lo organizativo el centralismo democrático.
Los resultados prácticos de esta labor unitaria se empezaron a manifestar en 1936: comité de enlace entre las juventudes socialistas y comunistas y acuerdo de fusión en las Juventudes socialistas unifidas (JSU) en abril de 1936 (S. Carrillo, seretario general, y F. Claudín, el prime-proveniente de los socialistas, y el segundo de los comunistas, son sus principales dirigentes); y creación del Partit Socialisa Unificat de Catalunya (PSUC) en julio 1936, al final de un proceso iniciado en 1935 en el que, al principio, participaron todas las organizaciones obreras catalanas, pero que poco después quedó reducido al Partit comunista de Catalunya (la sección talana del PCE), Partit cátala proletari (escisión de los independentistas de Estat catalá), Federación catalana del PSOE y Unió socialista de Catalunya (grupo socialdemócrata que había colaborado estrechante con Esquerra Republicana). Joan Comorera, proveniente de la USC, es elesecretario general y permanecerá en cargo hasta 1949. El nuevo partido actuaría conjuntamen con el PCE, pero mantenía su independencia orgánica e, incluso, como primer caso que se daba de reconocimiento de un partido nacional no estatal, tuvo voz propia en la Internacional Comunista (1939).
La formación de las JSU podía presagiar próxima unidad entre PSOE y PCE. Esta no fue posible por las resistencias del ala reformista del PSOE (Prieto, Besteiro, :.), por las dificultades que ofrecía el infantilismo revolucionario de la corriente encabezada por Largo Caballero y por una insuficiente labor de lucha ideológica por parte del PCE; sin embargo, llegó a actuar durante la guerra un comité de enlace entre ambos partidos. El desarrollo negativo de la lucha militar facilitó el florecimiento de posiciones oportunistas de todo tipo que paralizaron definitivamente el proyecto unitario. En el caso de Catalunya, en cambio, la relativa autonomía de la Federación catalana del PSOE respecto a la dirección estatal, y la necesidad imperiosa de contar con una fuerte organización marxista ante la influencia de los anarcosindicalistas, permitieron superar con mayor facilidad las tendencias sectarias.
Por último, al mismo tiempo que trabajaba por la unidad, el PCE se reforzó enormemente durante el año 36. La consolidación ideológica y política operada desde 1934, con el apoyo de la Internacional, le permitió conocer mejor la realidad española, desarrollar su línea política en todos los aspectos, homogeneizar su dirección inexperta elegida en 1932, y mejorar su estilo de trabajo. Los resultados organizativos no se hicieron esperar: el Partido multiplicó por tres sus efectivos a lo largo de 1936, hasta alcanzar los cien mil en los primeros meses de la guerra. El PCE consiguió una implantación militante que reflejaba la composición del proletariado en España, con el enorme peso de los jornaleros, y las tendencias revolucionarias de los campesinos pobres y los intelectuales.
En resumen, podemos decir que el esfuerzo ideológico, político y organizativo realizado por el PCE durante los dos últimos años antes de la guerra civil dio buenos resultados en cuanto a poner el proletariado en condiciones de dirigir la revolución española. Para un partido que no logró romper hasta 1934 su revolucionarismo infantil, falto de experiencia, por tanto, ante tareas de enorme envergadura, y que no representaba ni de lejos la fuerza más numerosa del proletariado, el balance de aquellos años puede considerarse positivo.
UNA BATALLA PERDIDA
Aunque no es nuestro propósito tratar extensamente aquí sobre la labor del PCE ducante la guerra, vamos a dar algunas indicaciones al respecto, que son necesarias para entender mejor el alcance de la política de Frente popular así como sus resultados prácticos. Por lo demás, los textos y discursos de José Díaz reproducidos en "Tres años de lucha" proporcionan bastantes datos respecto a la actitud del PCE frente al alzamiento fascista.
Hasta 1939 el PCE siguió propugnando el Frente popular, no ya para prevenir el fascismo sino para derrotarlo militarmente. La primera tarea revolucionaria era aplastar a los sublevados y, a tal fin, había que subordinar todo lo demás, como el PCE valoró con justeza. El sistema de alianzas que el PCE se esforzó por construir, comprendía básicamente a las clases y fuerzas que integraron el acuerdo electoral del Frente popular más todos aquellos que no se habían sumado al Alzamiento y que estaban contra la sumisión a Alemania e Italia, como era el caso de los nacionalistas burgueses vascos del PNV y de los demócratas-cristianos catalanes de UDC. En el exterior, la alianza se extendía a todos los gobiernos y partidos en el mundo que se opusieran al fascismo. La plataforma sobre la que se cimentaba tanto la unidad interior como las alianzas internacionales comprendía los siguientes aspectos:
*La defensa de la Repúplica democrática y el respeto a los tratados internacionales suscritos antes de la guerra.
*La aplicación de todas las medidas económicas, sociales y políticas tendentes a facilitar el esfuerzo militar y a satisfacer las reivindicaciones más apremiantes del pueblo, en particular, la expropiación de las tierras, empresas y otros bienes de los que se hubiesen sumado a los fascistas y el control gubernamental sobre la industria.
*La puesta en pie de un ejército popular, dotado de un mando único, que aglutinase todas las unidades creadas por los partidos y sindicatos, así como las fuerzas militares y de seguridad fieles a la República.
Los objetivos que el PCE se fijó, su política de alianzas, así como el programa defendido, respondían a la realidad española e internacional. Ahora bien, el Frente popular, como toda amplia alianza con sectores burgueses y pequeño-burgueses, era al mismo tiempo que una plataforma unitaria, un terreno de confrontación entre distintos intereses, entre distintas maneras de enfocar el problema de la guerra y del fascismo. Muy a menudo, el PCE no contaba con la fuerza suficiente para hacer prevalecer su punto de vista, tal como se vio con extrema claridad en la dirección concreta de la guerra, por lo general en manos de incompetentes cuando no, de elementos vacilantes. Por otra parte, se sumaron dificultades insalvables entre 1936 y 39 que debilitaron el Frente popular hasta arruinarlo por completo. Nos referimos, en primer lugar, a la traición de las democracias occidentales que, mediante vergonzosa política de no intervención, cortarón toda ayuda a la República, esperando así apaciguar el Eje fascista. Esta actitud demencial culminó en el famoso Pacto de Munich entre Hitler, Mussolini y los gobiernos francés y británico, en setiembre de 1938, que no sólo sentenció a muerte la República española, sino que dio vía libre a Hitler para desencadenar la guerra mundial. En segundo lugar, está la división del proletariado español. No hubo manera de ir mucho más allá de lo que se consiguió entre finales del 35 y julio del 36 al crear las JSU y el PSUC. No se pudo lograr al menos una estrecha unidad de acción entre el PCE y el PSOE, ni tampoco arrancar las masas anarcosindicalistas de su infantilismo izquierdista. La debilidad política de la clase obrera, que soportó el peso principal de la guerra, acabó por dejar vía libre a la desmoralización y a los entreguistas de derecha e "izquierda" que, a última hora, mediante el golpe de Estado de Casado y su Junta, hundieron la resistencia y precipitaron la victoria de los franquistas.
En este último caso, en relación a la unidad proletaria, tampoco puede decirse que el PCE realizara un buen trabajo, pero, además, cometió otros errores de distinto tipo. Entre ellos cabe destacar una peligrosa actitud derechista consistente en desarrollar su actuación casi exclusivamente a través del Frente popular, en encadenar demasiado a menudo sus decisiones a lo que estaban o no dispuestos a aceptar los republicanos y los socialistas. Tomemos el ejemplo de la política internacional. El PCE respetó escrupulosamente los tratados firmados por los anteriores gobiernos republicanos y, en concreto, el que hacía referencia a Marruecos, al reparto de este país entre Francia y España. El PCE propugnaba entonces la autonomía para el Protectorado marroquí, pero ¿realizó un serio esfuerzo para lograr que al menos ésta se concretara? La no satisfacción de sus reivindicaciones empujó a los nacionalistas marroquíes a apoyar a Franco esperando con ello lograr lo que el gobierno republicano fue incapaz de darles.
Si bien hay que reconocer la existencia de serios errores derechistas en la táctica del PCE a lo largo de la guerra, carecen, en cambio, de fundamento las críticas que se le han dirigido desde posiciones izquierdistas. Según éstas, el PCE traicionó al proletariado e, incluso, hizo imposible la victoria militar al supeditarlo todo al esfuerzo de guerra. Los que actuaron en 1936 de acuerdo con este punto de vista y, por tanto, agudizaron al máximo la lucha de clases en la zona republicana, hicieron en realidad un flaco servicio a la "revolución": desunieron el pueblo y empujaron hacia la colaboración activa o la simpatía con los franquistas a sectores de población que no se habían adherido al Alzamiento o que permanecieron simplemente neutrales.
En resumen, la justeza de la política seguida por el PCE, su influencia creciente entre la clase obrera y el pueblo, su desarrollo organizativo y sus grandes contribuciones al esfuerzo militar no bastaron para lograr que el Frente popular quedara en lo fundamental bajo dirección proletaria. Por el contrario, fueron la pequeña y la media burguesía quienes dirigieron de hecho la alianza desde sus posiciones en el aparato de Estado republicano. En estas condiciones, la ruptura del frente antifascista mundial, trabajosamente impulsado por la URSS y el movimiento comunista, aisló la República española e hizo estallar los puntos débiles del Frente popular. No obstante, si éste fue demasiado frágil para ganarla guerra, sí permitió una heroica lucha de tres años. Fue el único ejemplo que hubo en Europa, antes de la II Guerra mundial, de resistencia encarnizada a la barbarie fascista.
Notas:
(1)En los primeros años del siglo XX, la corriente llamada revisionista sembró las ideas que llevaron a que gran parte de la II Internacional claudicara ante la burguesía imperialista durante la guerra de 1914-18. No obstante, el revisionismo coexistió con las corrientes revolucionarias dentro de la II Internacional y, en este sentido, podía ser tratada como una posición errónea en el campo proletario justo hasta 1914, en que pasó a ser ya un apéndice directo de los imperialistas, un ejecutor de la política de éstos entre los trabajadores. En 1935, en cambio, el VII Congreso de la III Internacional, viendo que la situación empujaba la socialdemocracia a dejar de ser un sostén directo de la burguesía más reaccionaria, propuso a la II Internacional la unidad de acción contra el fascismo y la amenaza de guerra e, incluso, planteó la posibilidad de avanzar en algunos países hacia un partido único de clase. En este caso, la III Internacional, sin ignorar sus divergencias con la socialdemocracia, intentó cooperar con ella porque el curso de los acontecimientos políticos obligaba a trazar otra línea divisoria principal: la que separaba a comunistas y un sector de los socialistas, por un lado, de todos aquellos que no eran capaces de combatir adecuadamente al fascismo. La experiencia del movimiento marxista internacional durante el siglo XX parece avalar, pues, esta conclusión: la aparición de divergencias de principio en su seno es totalmente inevitable, pero estas pueden ser superadas paulatinamente, siempre que una parte de las fuerzas marxistas no degeneren y se conviertan en auxiliares directos o indirectos de los enemigos de los trabajadores y los pueblos.
(2) Hay discrepancias respecto a estas cifras: según el PCE, F. Claudín y otros, las legislativas de 1933 dieron alrededor de 400.000 votos comunistas; algunos, en cambio, hablan de 200.000. En las elecciones generales de junio del 31, el PCE dio un total de 190.000 votos, F.Claudín y varios historiadores lo reducen a 60.000.
También presenta dificultades determinar el número de militantes: a los 20.000 que da el Partido para 1933, se contraponen los 3.000 que cita el historiador Hugh Thomas. Para 1934, la Internacional da la cifra de 20.000.
(3) La Federación catalano-balear, dirigida por Joaquín Maurín, se separó de hecho del Partido en 1929. En el III Congreso de agosto del 29 se manifestaron divergencias de línea; J. Maurín se negó más tarde a autocriticarse y fue expulsado. Con él se escindió la FCB. Maurín siguió apelando a la dirección de la Internacional, sin reconocer la dirección del PCE. Finalmente, en julio del 31, la Internacional decidió ratificarla expulsión de Maurín por posiciones liberales y derechistas. Mientras, en marzo, la FCB se había fusionado con un grupo llamado Partit comunista cátala (J.Arquer) y se convirtió en Bloque Obrero y Campesino. Este nuevo partido, con una orientación esencialmente pragmática y fuertes influencias bujarinistas, significó un intento de crear una tercera vía entre las Internacionales II y III.
En febrero del 35, participó en los intentos de sentar las bases de una unificación entre los distintos partidos obreros en Catalunya, pero a lo largo de este año se inclinó por las posiciones trotskistas de Izquierda comunista de Andreu Nin, con la que formaría en setiembre el Partido obrero de unificación marxista (POUM). El POUM, aunque enfrentado con Trotsky por distintas consideraciones tácticas como por ejemplo el rechazo absoluto de éste al Frente popular, desarrolló en España una línea izquierdista que podemos calificar sin duda de trotskista. En 1937 protagonizó, junto a sectores de la FAI y la CNT, un levantamiento armado contra la Generalitat, motivo por el cual sus dirigentes son encarcelados y el partido es disuelto. A. Nin desapareció seguramente en manos de los servicios secretos soviéticos. En los años 40, una parte de lo que quedó del POUM forma un grupo socialista en Catalunya que hoy milita en las filas del PSC-PSOE.
(2) Hay discrepancias respecto a estas cifras: según el PCE, F. Claudín y otros, las legislativas de 1933 dieron alrededor de 400.000 votos comunistas; algunos, en cambio, hablan de 200.000. En las elecciones generales de junio del 31, el PCE dio un total de 190.000 votos, F.Claudín y varios historiadores lo reducen a 60.000.
También presenta dificultades determinar el número de militantes: a los 20.000 que da el Partido para 1933, se contraponen los 3.000 que cita el historiador Hugh Thomas. Para 1934, la Internacional da la cifra de 20.000.
(3) La Federación catalano-balear, dirigida por Joaquín Maurín, se separó de hecho del Partido en 1929. En el III Congreso de agosto del 29 se manifestaron divergencias de línea; J. Maurín se negó más tarde a autocriticarse y fue expulsado. Con él se escindió la FCB. Maurín siguió apelando a la dirección de la Internacional, sin reconocer la dirección del PCE. Finalmente, en julio del 31, la Internacional decidió ratificarla expulsión de Maurín por posiciones liberales y derechistas. Mientras, en marzo, la FCB se había fusionado con un grupo llamado Partit comunista cátala (J.Arquer) y se convirtió en Bloque Obrero y Campesino. Este nuevo partido, con una orientación esencialmente pragmática y fuertes influencias bujarinistas, significó un intento de crear una tercera vía entre las Internacionales II y III.
En febrero del 35, participó en los intentos de sentar las bases de una unificación entre los distintos partidos obreros en Catalunya, pero a lo largo de este año se inclinó por las posiciones trotskistas de Izquierda comunista de Andreu Nin, con la que formaría en setiembre el Partido obrero de unificación marxista (POUM). El POUM, aunque enfrentado con Trotsky por distintas consideraciones tácticas como por ejemplo el rechazo absoluto de éste al Frente popular, desarrolló en España una línea izquierdista que podemos calificar sin duda de trotskista. En 1937 protagonizó, junto a sectores de la FAI y la CNT, un levantamiento armado contra la Generalitat, motivo por el cual sus dirigentes son encarcelados y el partido es disuelto. A. Nin desapareció seguramente en manos de los servicios secretos soviéticos. En los años 40, una parte de lo que quedó del POUM forma un grupo socialista en Catalunya que hoy milita en las filas del PSC-PSOE.
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