El legado del PCI de Enrico Berlinguer.

Posted 17:25 by Ferran Fullà in Etiquetes de comentaris: ,
La creación en Italia del Partido democrático, ha venido acompañada de la reivindicación de las figuras más representativas del extinto PCI, por parte de la mayoría de formaciones políticas de la izquierda marxista con el fin de anular los intentos de hacer tabla rasa con el pasado. Los más recordados vienen siendo Antonio Gramsci muerto hace 70 años y en menor grado su sucesor en la secretaria general del Partido, Palmiro Togliatti. Aquí, sin embargo, no se va a hablar de estas dos grandes figuras del PCI de las primeras décadas. Sólo se va a tratar de lo que representó Berlinguer como exponente máximo de las posiciones del PCI durante los últimos años de su existencia.


UN PARTIDO NACIONAL Y DE MASAS.


La conmoción en Italia por la muerte de Berlinguer expresó en su día el reconocimiento de la trayectoria de un dirigente y de una partido ajeno a la corrupción o a las conexiones con la mafia, el golpismo y el terrorismo, que son moneda corriente en el mundo político de aquel país. Y, asimismo, dio la medida del papel social clave que desempeñó el PCI, hasta el punto de que un rasgo peculiar de la política italiana durante décadas fue la búsqueda de todas las combinaciones posibles para evitar el acceso del PCI al gobierno, aun a costa de provocar permanentes crisis gubernamentales.

LA LUCHA POR LA HEGEMONÍA.
Desde que Berlinguer sucedió a Luigi Longo en la secretaria general, el PCI consolidó su tradicional influencia en infinidad de municipios, provincias o regiones, entre los intelectuales, y logró mantener una alianza estable entre los tres sindicatos mayoritarios.


Además de cumplir un papel de organizador del pueblo y defensor de sus derechos y libertades, el PCI supo también utilizar la fuerza alcanzada en Italia para intervenir en la Comunidad europea, en cuyo parlamento los diputados comunistas italianos lograron impulsar el grupo de izquierdas con mayor iniciativa y cohesión. No cediendo a la burguesía ningún frente de acción política, social o cultural, el PCI de Berlinguer impulsó durante años la más tenaz labor que se haya visto en Europa por lograr la hegemonía bajo un régimen parlamentario capitalista.

EL FRACASO DEL COMPROMISO HISTÓRICO.



Ahora bien, en el momento de proyectar esa prolongada práctica social en el terreno gubernamental, la línea estratégica seguida –el llamado compromiso histórico- no dio resultado. Berlinguer sobrevivió seis años a ese fracaso, y bajo su dirección el PCI pudo al menos preservar sus anteriores posiciones en el movimiento de masas y en el parlamento y mantener su unidad interna. Durante este tiempo el PCI intentó estrechar sus lazos con el PSI, los socialistas de B.Craxi, pero tampoco logró materializar ninguna alianza sólida: el PSI volvió a pactar con la Democracia cristiana para resucitar la vieja fórmula del centroizquierda y aislar al PCI.

En el plano internacional, Berlinguer hizo aportaciones valiosas al desarrollo de una práctica correcta en las relaciones entre partidos comunistas. El notable prestigio del que gozó el PCI y su misma persona en otras fuerzas comunistas, se ganaron gracias al más escrupuloso respeto del principio de independencia de todo partido. Debe señalarse, además, la firmeza con que el PCI se opuso a los intentos de Moscu de manipular a los PC de Europa occidental.

EL EUROCOMUNISMO.


Como marxistas que actuamos en un país capitalista parlamentario importa referirnos brevemente a aquellas conclusiones que el PCI de Berlinguer supo sacar de su experiencia. El punto de arranque de su reflexión los constituyó la especificidad de la vía revolucionaria en el mundo capitalista desarrollado, afirmación que debemos compartir. No parece en cambio, que los obstáculos que se oponían a finales del siglo pasado al socialismo en Europa, fueran cualitativamente diferentes a los que se daban, por ejemplo, en el Tercer Mundo. En nuestro continente el dominio de clase se ejerce dando prioridad a los mecanismos de control político e ideológico sobre la represión descarnada, entre otras razones, porque la situación de los trabajadores y del pueblo es bastante más desahogada aquí que en el Tercer Mundo y porque la explotación del proletariado europeo no es la única fuente de beneficios para la burguesía. Entonces, está claro, que los marxistas del occidente desarrollado debemos procurar el desgaste de la hegemonía del gran capital y conquistar paso a paso una posición influyente en la sociedad, pero esa lucha no parece que pueda resolver por sí sola la cuestión del cambio de poder, en particular, debido a que la situación objetiva no permite hoy en Europa que el poder cambie de manos. La línea del “compromiso histórico” en Italia chocó con una oposición mayoritaria del gran capital, más allá de las discrepancias internas de éste último, y con el veto americano; y a pesar de algún eventual efecto positivo que pudo haber tenido esta línea, el PCI no aclaró esta problema y sus propuestas no ayudaron a los otros partidos comunistas.

A ese respecto, hay que referirse al discurso de Berlinguer de enero de 1982 ante el Comité Central del PCI, con ocasión de la situación en Polonia, que fue una excelente síntesis de su pensamiento.

LA TERCERA FASE DEL MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO.



En el discurso se afirmaba que el movimiento obrero mundial ya había recorrido dos fases. Una primera, caracterizada por el nacimiento de las organizaciones políticas y sindicales obreras europeas a finales del siglo XIX; y una segunda, que arranca de la guerra mundial de 1914, de la Revolución rusa de 1917 y la formación de los partidos comunistas y prosigue con las luchas de liberación nacional. Pero esta segunda fase se cerro a finales del siglo XX al agotarse el impulso surgido de la Revolución rusa de 1917, lo cual se manifestaba en un desarrollo político bloqueado en los países que se inspiraron en aquella revolución, y en las crisis que ya afectaban a algunos de ellos.



Opinamos que los hechos dan la razón a Berlinguer cuando señalaba que ya se había iniciado una tercera fase del movimiento revolucionario mundial, presidida por la superación de algunas concepciones erróneas y la puesta en práctica de otras nuevas, tales como la inexistencia de cualquier centro mundial o partido guía; un internacionalismo que no da derecho a nadie a buscar la supeditación de otros países o partidos; el rechazo a toda política aventurera y sectaria y la exigencia de construir alianzas amplias en perspectiva estratégica para preservar la paz y avanzar en cada país hacia el socialismo; o bien la importancia que adquiere a la luz de la experiencia histórica la lucha por defender y ampliar la democracia en los países capitalistas y por construir la democracia popular en los socialistas.

EL CONTENIDO DE LA REVOLUCIÓN.



No podemos compartir, en cambio, dos ideas que marcarían igualmente, según Berlinguer, esa tercera fase. Por un lado, el afirmar que la vía seguida por la URSS en 1917 no es aplicable al occidente desarrollado. Esto es evidente refiriéndose a las formas concretas que tomó aquella revolución, pero si se quiere indicar que el contenido esencial del 17 ruso –la destrucción del poder de clase y la construcción de uno nuevo- es irrepetible en nuestras condiciones, entonces, ¿qué hechos históricos o recientes en Europa lo invalidan?.



Por otro lado, tampoco era del todo correcto, el dar por sentado que en aquellos años el movimiento obrero europeo y de algunos otros países desarrollados constituía el motor principal de la nueva etapa revolucionaria mundial. Los trabajadores europeos han enriquecido su experiencia luchado en situaciones tan distintas como las de expansión de los años 60 y las de recesión de los 70, y sus elementos más avanzados también supieron rectificar algunos viejos errores. Sin embargo, durante ambas décadas, fueron las fuerzas revolucionarias del Tercer mundo quienes hicieron las mayores contribuciones.


No obstante, para despejar las incógnitas que aún tenemos planteadas los marxistas en Europa, es indudable que habrá que contar con la experiencia que nos legó el PCI de Enrico Berlinguer.

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