Los marxistas-leninistas en Europa.
Posted 17:41 by Ferran Fullà in Etiquetes de comentaris: Memòria històrica La corriente Marxista-leninista, tanto aquí como en otros países occidentales, nace alrededor de la división del movimiento comunista internacional en 1963. Recordemos brevemente que este conflicto se dio por el intento soviético de imponer sus puntos de vista en los demás partidos, prescindiendo de los acuerdos llegados en las conferencias internacionales comunistas de 1957 y 1960. El rechazo de esta posición por chinos, albaneses y otros llevó a la ruptura abierta. La inmensa mayoría de los PC europeo-occidentales se alinearon con el PCUS y expulsaron de sus filas a los militantes disconformes.
La ruptura de 1963.
El primer rasgo de la escisión de 1963 atañe, pues, al respeto de los acuerdos interpartidarios, a la defensa del principio de igualdad y no ingerencia interna entre los comunistas de todo el mundo, principio que ya había sido gravemente pisoteado en 1984 con la expulsión de los comunistas yugoslavos de la Kominforn.
En segundo lugar, la escisión de 1963 enfrentó dos concepciones opuestas sobre la situación mundial y sobre las tareas revolucionarias. Para el PCUS, la línea general del movimiento comunista se resumía en que el desarrollo de la coexistencia pacífica entre la URSS y los USA era la clave, en aquellas condiciones, para el progreso del socialismo en el mundo. En la práctica, esa línea de coexistencia a todo precio significaba abandonar a su suerte los movimientos anticolonialistas y antiimperialistas que estaban en un momento de enorme expansión, y favorecer la hegemonía norteamericana, a cambio de algunas concesiones a la URSS. Por el contrario, para los PC de China y otros países y los grupos M-L, los comunistas debían apoyar decididamente las luchas democráticas y de liberación nacional del Tercer mundo que representaban el factor decisivo para contener el imperialismo USA y para preservar la paz mundial.
Además el PCUS propagó la idea, estrechamente ligada a su concepción de la coexistencia pacífica, de que la vía revolucionaria no era ya la forma principal de avance al socialismo. Los soviéticos y sus seguidores de entonces argumentaron que si se centraban los esfuerzos en garantizar la coexistencia USA-URSS, el poderío de esa última y sus aliados creaba "condiciones nuevas" para el paso gradual al socialismo, cuando de hecho, los únicos progresos hacia el socialismo que se dieron en aquella época fueron el fruto de revoluciones democráticas y por la independencia nacional.
Así, pues, aquella escisión giró, entre otros problemas, en torno a tres puntos clave: la igualdad y la no ingerencia en las relaciones interpartidarias, el apoyo al movimiento de liberación del tercer mundo; y la validez de la vía revolucionaria como forma principal de acceso al socialismo en las condiciones de un mundo dominado aún por el imperialismo.
El desarrollo histórico dejó en ridículo a los que siguieron la línea soviética: vease los ejemplos de Argelia y Cuba, en que los respectivos PCs, fieles al dictado del PCUS, fueron incapaces de jugar ningún papel en la revolución. En Europa y América del Norte o Japón, centenares de miles de personas participaron en grandes acciones no precisamente en apoyo a la coexistencia pacífica, sino en solidaridad con Vietnam, Kampuchea, Laos y otros pueblos oprimidos. Esa fue, en muchos países, la base de masas para el crecimiento de la corriente M-L.
Los factores positivos en Europa.
¿Significa esto que la expansión de las organizaciones M-L fue el producto exclusivo de una oleada revolucionaria en el Tercer mundo que quebrantó enormemente al imperialismo? No, ese debilitamiento de la presión ideológica, política y económica del imperialismo norteamericano sobre cada país del occidente industrializado permitió que la lucha de clases interna tomase un mayor impulso y aquí coincidieron varios factores positivos: una prosperidad económica generalizada y una elevada proporción de jóvenes en la población debido al auge de natalidad de los años 50, que dieron pie a que apareciese tanto un potente movimiento juvenil basado en escuelas y universidades, como una situación de pleno empleo favorable a la lucha huelguística de los trabajadores.
En particular, en la España sometida al franquismo, esos fenómenos comunes al resto de Europa desembocaron no sólo en una mayor politización de los movimientos obrero y juvenil, sino también en una clara hegemonía del marxismo en sus filas y entre los intelectuales. Así, entre 1967 y principios de los 70 nacieron numerosas organizaciones M-L, cuya influencia en los movimientos de masas llegó a ser notable.
Cambios en los setenta.
Sin embargo, las condiciones anteriores, favorables al desarrollo de las organizaciones M-L, empiezan a cambiar alrededor de 1975: la derrota de los EE.UU. en el sureste de Asia despeja el camino a una actitud mucho mas beligerante de la URSS y al posterior intento de contraofensiva americana de la mano de Reagan, y con ello, Europa se encuentra sometida a la tenaza de los bloques militares. Además, el inicio de la recesión económica va desorganizando paso a paso tanto al movimiento obrero como al juvenil. Aquí, este viraje mundial tiene quizás mayores efectos negativos puesto que coincide con la pérdida por parte del movimiento obrero de la dirección política del cambio democrático.
Ahora bien, ni la recesión económica ni el endurecimiento de la política de bloques, ni el peligro de guerra explican por sí solos el retroceso de la corriente M-L. Ocurre más bien que esos factores negativos ponen en evidencia y agudizan los fallos de los grupos M-L en su comprensión de la realidad y en su dominio del marxismo y precipitan su estallido.
La crisis de los M-L europeos.
A partir del viraje de 1975, los grupos M-L tienen dificultades para encajar la nueva situación presidida por la creciente rivalidad entre los dos bloques militares, y para ajustar su actuación al repliegue de los movimientos populares. Otra fuente importante de confusión y problemas radica en su inseguridad ideológica ante la eficaz campaña anticomunista que se desata en occidente a raíz de la autocrítica china sobre la Revolución cultural y a raíz de la guerra entre Vietnam y Kampuchea.
A grandes rasgos, los escollos con que han tropezado las organizaciones M-L occidentales, se podría resumir en lo siguiente:
* Esquematismo en el análisis de la realidad social y sobrevaloración del aspecto subjetivo (de conciencia, de voluntad), en los cambios sociales, lo que dio lugar a fuertes desviaciones izquierdistas, a no tener en cuenta los intereses del proletariado en su conjunto ni la situación global de todas las clases sociales a la hora de trazar cualquier política, a frecuentar vaivenes entre la palabrería revolucionaria y el ponerse a remolque de los movimientos de masas.
* Compresión deficiente de la historia del movimiento comunista en cada país y en el mundo, de sus aspectos positivos y negativos. En particular, de la ruptura de 1963 no se saca la lección de que el movimiento comunista internacional no debe organizarse según el principio del partido guía, de un centro mundial dirigente. Se piensa que la ruptura de 1963 es la simple repetición de lo ocurrido en 1917 al separarse comunistas y socialdemócratas. En consecuencia, se cae a menudo en el simple mimetismo respecto a otros partidos a los que se otorga el papel de “guía”: PC de China, PT de Albania…, sin entender lo rasgos de esa nueva división ni su desarrollo posterior.
* Falta de dominio de la autocrítica, o sea incapacidad para sacar lecciones de los propios errores. Cuando se van descubriendo sucesivos fallos políticos o ideológicos, hay serias resistencias para entrar en críticas y autocríticas sistemáticas y, en algunos casos, se acaba por sustituir el marxismo por la chatarra ideológica que está de moda.
Un balance provisional.
En términos generales, los M-L europeos dieron una repuesta justa al principal problema de la lucha de clases mundial de los años 60 y la primera mitad de los 70 –los movimientos de liberación nacional del Tercer mundo- frente a las posiciones oportunistas de derecha encabezadas por el PCUS. También supieron recoger e impulsar muchas reivindicaciones de los movimientos obrero y juvenil, de barrios, etc. Y, en algunos casos, llegaron a sentar las bases para la construcción de partidos de masas. No alcanzaron, en cambio, en su mayoría a elaborar una línea política adecuada a sus respectivos países, con lo cual su influencia social no llegó a consolidarse. Así, su defensa teórica de la vía revolucionaria no vino contrastada por una práctica dirigente, adaptada a una situación no revolucionaria como la que ha dominado en gran parte de occidente desde el fin de la segunda guerra mundial.
La ruptura de 1963.
El primer rasgo de la escisión de 1963 atañe, pues, al respeto de los acuerdos interpartidarios, a la defensa del principio de igualdad y no ingerencia interna entre los comunistas de todo el mundo, principio que ya había sido gravemente pisoteado en 1984 con la expulsión de los comunistas yugoslavos de la Kominforn.
En segundo lugar, la escisión de 1963 enfrentó dos concepciones opuestas sobre la situación mundial y sobre las tareas revolucionarias. Para el PCUS, la línea general del movimiento comunista se resumía en que el desarrollo de la coexistencia pacífica entre la URSS y los USA era la clave, en aquellas condiciones, para el progreso del socialismo en el mundo. En la práctica, esa línea de coexistencia a todo precio significaba abandonar a su suerte los movimientos anticolonialistas y antiimperialistas que estaban en un momento de enorme expansión, y favorecer la hegemonía norteamericana, a cambio de algunas concesiones a la URSS. Por el contrario, para los PC de China y otros países y los grupos M-L, los comunistas debían apoyar decididamente las luchas democráticas y de liberación nacional del Tercer mundo que representaban el factor decisivo para contener el imperialismo USA y para preservar la paz mundial.
Además el PCUS propagó la idea, estrechamente ligada a su concepción de la coexistencia pacífica, de que la vía revolucionaria no era ya la forma principal de avance al socialismo. Los soviéticos y sus seguidores de entonces argumentaron que si se centraban los esfuerzos en garantizar la coexistencia USA-URSS, el poderío de esa última y sus aliados creaba "condiciones nuevas" para el paso gradual al socialismo, cuando de hecho, los únicos progresos hacia el socialismo que se dieron en aquella época fueron el fruto de revoluciones democráticas y por la independencia nacional.
Así, pues, aquella escisión giró, entre otros problemas, en torno a tres puntos clave: la igualdad y la no ingerencia en las relaciones interpartidarias, el apoyo al movimiento de liberación del tercer mundo; y la validez de la vía revolucionaria como forma principal de acceso al socialismo en las condiciones de un mundo dominado aún por el imperialismo.
El desarrollo histórico dejó en ridículo a los que siguieron la línea soviética: vease los ejemplos de Argelia y Cuba, en que los respectivos PCs, fieles al dictado del PCUS, fueron incapaces de jugar ningún papel en la revolución. En Europa y América del Norte o Japón, centenares de miles de personas participaron en grandes acciones no precisamente en apoyo a la coexistencia pacífica, sino en solidaridad con Vietnam, Kampuchea, Laos y otros pueblos oprimidos. Esa fue, en muchos países, la base de masas para el crecimiento de la corriente M-L.
Los factores positivos en Europa.
¿Significa esto que la expansión de las organizaciones M-L fue el producto exclusivo de una oleada revolucionaria en el Tercer mundo que quebrantó enormemente al imperialismo? No, ese debilitamiento de la presión ideológica, política y económica del imperialismo norteamericano sobre cada país del occidente industrializado permitió que la lucha de clases interna tomase un mayor impulso y aquí coincidieron varios factores positivos: una prosperidad económica generalizada y una elevada proporción de jóvenes en la población debido al auge de natalidad de los años 50, que dieron pie a que apareciese tanto un potente movimiento juvenil basado en escuelas y universidades, como una situación de pleno empleo favorable a la lucha huelguística de los trabajadores.
En particular, en la España sometida al franquismo, esos fenómenos comunes al resto de Europa desembocaron no sólo en una mayor politización de los movimientos obrero y juvenil, sino también en una clara hegemonía del marxismo en sus filas y entre los intelectuales. Así, entre 1967 y principios de los 70 nacieron numerosas organizaciones M-L, cuya influencia en los movimientos de masas llegó a ser notable.
Cambios en los setenta.
Sin embargo, las condiciones anteriores, favorables al desarrollo de las organizaciones M-L, empiezan a cambiar alrededor de 1975: la derrota de los EE.UU. en el sureste de Asia despeja el camino a una actitud mucho mas beligerante de la URSS y al posterior intento de contraofensiva americana de la mano de Reagan, y con ello, Europa se encuentra sometida a la tenaza de los bloques militares. Además, el inicio de la recesión económica va desorganizando paso a paso tanto al movimiento obrero como al juvenil. Aquí, este viraje mundial tiene quizás mayores efectos negativos puesto que coincide con la pérdida por parte del movimiento obrero de la dirección política del cambio democrático.
Ahora bien, ni la recesión económica ni el endurecimiento de la política de bloques, ni el peligro de guerra explican por sí solos el retroceso de la corriente M-L. Ocurre más bien que esos factores negativos ponen en evidencia y agudizan los fallos de los grupos M-L en su comprensión de la realidad y en su dominio del marxismo y precipitan su estallido.
La crisis de los M-L europeos.
A partir del viraje de 1975, los grupos M-L tienen dificultades para encajar la nueva situación presidida por la creciente rivalidad entre los dos bloques militares, y para ajustar su actuación al repliegue de los movimientos populares. Otra fuente importante de confusión y problemas radica en su inseguridad ideológica ante la eficaz campaña anticomunista que se desata en occidente a raíz de la autocrítica china sobre la Revolución cultural y a raíz de la guerra entre Vietnam y Kampuchea.
A grandes rasgos, los escollos con que han tropezado las organizaciones M-L occidentales, se podría resumir en lo siguiente:
* Esquematismo en el análisis de la realidad social y sobrevaloración del aspecto subjetivo (de conciencia, de voluntad), en los cambios sociales, lo que dio lugar a fuertes desviaciones izquierdistas, a no tener en cuenta los intereses del proletariado en su conjunto ni la situación global de todas las clases sociales a la hora de trazar cualquier política, a frecuentar vaivenes entre la palabrería revolucionaria y el ponerse a remolque de los movimientos de masas.
* Compresión deficiente de la historia del movimiento comunista en cada país y en el mundo, de sus aspectos positivos y negativos. En particular, de la ruptura de 1963 no se saca la lección de que el movimiento comunista internacional no debe organizarse según el principio del partido guía, de un centro mundial dirigente. Se piensa que la ruptura de 1963 es la simple repetición de lo ocurrido en 1917 al separarse comunistas y socialdemócratas. En consecuencia, se cae a menudo en el simple mimetismo respecto a otros partidos a los que se otorga el papel de “guía”: PC de China, PT de Albania…, sin entender lo rasgos de esa nueva división ni su desarrollo posterior.
* Falta de dominio de la autocrítica, o sea incapacidad para sacar lecciones de los propios errores. Cuando se van descubriendo sucesivos fallos políticos o ideológicos, hay serias resistencias para entrar en críticas y autocríticas sistemáticas y, en algunos casos, se acaba por sustituir el marxismo por la chatarra ideológica que está de moda.
Un balance provisional.
En términos generales, los M-L europeos dieron una repuesta justa al principal problema de la lucha de clases mundial de los años 60 y la primera mitad de los 70 –los movimientos de liberación nacional del Tercer mundo- frente a las posiciones oportunistas de derecha encabezadas por el PCUS. También supieron recoger e impulsar muchas reivindicaciones de los movimientos obrero y juvenil, de barrios, etc. Y, en algunos casos, llegaron a sentar las bases para la construcción de partidos de masas. No alcanzaron, en cambio, en su mayoría a elaborar una línea política adecuada a sus respectivos países, con lo cual su influencia social no llegó a consolidarse. Así, su defensa teórica de la vía revolucionaria no vino contrastada por una práctica dirigente, adaptada a una situación no revolucionaria como la que ha dominado en gran parte de occidente desde el fin de la segunda guerra mundial.
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